El epitafio
En salivas ajenas
he encontrado el escupitajo de mi propio veneno.
Dando por hecho que nadie tiene que salvarme
he cavado tumbas antes
por si tropiezo de nuevo,
perdiendo la cuenta de cuántas veces he muerto
pero recuerdo todas y cada una de sus resurrecciones.
Creo que el peor castigo que se me puede otorgar
es quitarme de las manos el resquicio de libertad
que guardo en mis entradas,
aunque suelo salir por las de emergencia.
En mis entrañas guardo señales de advertencia
que desgravan mi calma:
ya no me vendo al más sutil impostor
que muestre un poco de empatía
ante esta tortura cubierta de flores
que trata de empañar las lágrimas
pertenecientes a otros dolores.
No me detuvieron los peros,
mi cabeza ya me negaba cualquier atisbo de auxilio.
En ocasiones ruego
que lo mejor que me puede pasar es nada,
a veces sólo necesito que todo lo que está, esté.
Pero ese milagro es efímero
cuando me encuentro buscando mis carencias en la nostalgia.
Ya no quiero las cartas que nunca me mandaste,
las escribí en mi cabeza y las quemé.
Me parece más bonita esa historia
que las promesas que nos contábamos
hasta la próxima vez.
Comentarios
Publicar un comentario