Día cero

Me planto frente al abismo y le tiendo la mano
"hola, encantada, curioso nombre", nos saludamos. 
Tenemos más en común de lo que pensamos 
y aun así actúa con el recelo de una loba herida. 
Es la primera vez que me mira a los ojos y nos conocemos hace años
aunque siempre me ha mentido disfrazándose tras su escudo, 
en el fondo sólo busca refugio. 
La soberbia no es más que un muro bajo el que hacer trinchera 
para cegarse de la guerra interna. 
Sigue señalando a sus excusas para sentirse bien
en lugar de a los culpables
Es como el caballo de Troya de sus miedos cuando sonríe
y puedes verlos gritando a través de sus ojos verdes.
No quiere ni espera que la rescaten, 
no tiene nada para pagarlo.
Con los daños se ha hecho más pequeña por fuera
pero más grande por dentro. 
El remedio puede ser peor que la enfermedad si no te mata el tiempo antes.
Seguimos charlando sin mover la lengua
mientras clava sus colmillos en mi cuello:
soy presa fácil, lo sé, pero es que no estamos luchando por sobrevivir. 
Por si no lo he dicho,
hablamos idiomas distintos, 
nos entendemos por señas y no para de apuntarme al corazón:
"ese punto rojo no soy yo" y tiembla, 
"me gusta preguntar a los demás por sus traumas
para ver si tienen en común con los míos y se hacen amigos" apunta, 
"¿es que nunca has sido triste?" dispara, 
no estar, que ser.
Y es que, 
cuando le rozo la piel no me reconozco, 
pero creo que eso ya,
tampoco es tan malo.

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