La valentía
He puesto todos nuestros miedos sobre la mesa
y pesan más de lo que había pensado.
Dejo reposar sobre ellos mi cuerpo y las patas ceden
tambaleándose sobre mis sentimientos
Me tiro de cabeza del pedestal de arenas movedizas sobre el que me han santificado.
Temía qué podría pasar y aún no ha llegado,
el instante preciso y todo equivocado.
La soledad retumba en el interior de un cuerpo enfermo
que desconoce los síntomas y el remedio.
Me transporto a caminos que no he tomado
o que he creído vivir
o es sólo un engaño.
La eternidad no es más que recuerdo
y vengo cargada hasta los huesos.
Salud, dinero y amor,
yo me quedaba con lo tercero
y ahí también cabe que te abrace la desgracia.
Qué pasa si no soy lo suficientemente fuerte
para que salga mi voz del pecho y pare de ensordecerme el chirrido temblando de mis dientes.
Ojeras hundidas y ojos brillantes.
Vivo a deshora sin saber en qué minuto suenan todas las alarmas de emergencia
siguiendo el cronómetro de mi estado de ánimo
en ocasiones acelerado,
inexistente
o una bomba de relojería dispuesto a acabar con todo lo que quiero.
Temo que sea alguna última vez
y no darme cuenta de la falta de aire
cuando sé exactamente donde está la fuga de agua.
En un estado de letargo
cubierta de sarpullidos y estigmas,
heridas cosidas antes de rasgar la piel,
no sé qué llevaré dentro pero me va a doler.
y pesan más de lo que había pensado.
Dejo reposar sobre ellos mi cuerpo y las patas ceden
tambaleándose sobre mis sentimientos
Me tiro de cabeza del pedestal de arenas movedizas sobre el que me han santificado.
Temía qué podría pasar y aún no ha llegado,
el instante preciso y todo equivocado.
La soledad retumba en el interior de un cuerpo enfermo
que desconoce los síntomas y el remedio.
Me transporto a caminos que no he tomado
o que he creído vivir
o es sólo un engaño.
La eternidad no es más que recuerdo
y vengo cargada hasta los huesos.
Salud, dinero y amor,
yo me quedaba con lo tercero
y ahí también cabe que te abrace la desgracia.
Qué pasa si no soy lo suficientemente fuerte
para que salga mi voz del pecho y pare de ensordecerme el chirrido temblando de mis dientes.
Ojeras hundidas y ojos brillantes.
Vivo a deshora sin saber en qué minuto suenan todas las alarmas de emergencia
siguiendo el cronómetro de mi estado de ánimo
en ocasiones acelerado,
inexistente
o una bomba de relojería dispuesto a acabar con todo lo que quiero.
Temo que sea alguna última vez
y no darme cuenta de la falta de aire
cuando sé exactamente donde está la fuga de agua.
En un estado de letargo
cubierta de sarpullidos y estigmas,
heridas cosidas antes de rasgar la piel,
no sé qué llevaré dentro pero me va a doler.
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