Piel de huracán

No había conocido hasta entonces unas ganas tan fuertes de ser caníbal, 
pero es que su piel lo conseguía.
Nunca sabría cómo se puede ser capaz de desnudarse de tal forma con la mirada. 
Y de no saber cómo desparecían tan rápido mis bragas 
y mi cuerpo entre las yemas de sus dedos 
y mi piel siempre erizada.

Impredecible, 
como un huracán, 
arrasando con todo sin frenar.
Hasta llegar a mis caderas, 
para susurrarme algo guarro,
cualquier mierda,
si es que hasta si voz enloquecería a las sirenas.

Y arranca y se lleva por delante mi pasado. 
Y me olvido de cicatrices y de las reparaciones que vendrán tras de sí.
Qué capacidad de atontarme la de sus ojos. 
Vaya mono le tengo.
Me voy a aferrar a su cuello como salvavidas, 
aunque sé que me acabará ahogando 
pero al menos ahora me está dando la vida.
Vida que nunca quise que girase en torno a nadie,
pero es que me tiene presa en el centro de la tormenta 
y veo tan difícil huir que no sé si esta vez lo haré. 

Porque quiero descubrir cómo llegamos al final,
al éxtasis, al jadeo,
a estar asfixiándonos y aún así querer más.
Siempre más.

Y que me deje convertida en catástrofe, 
hecha escombros sobre él, sobre sus hombros.
Porque le estoy dando un permiso que nunca he dejado a nadie que no fuese yo:

el de destruirme.

Hasta que acabe necesitando un rescate de los rotos que haya dejado en todas partes.

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